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Aprender a vivir en familia

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En nuestra familia tenemos que aprender a amarnos, valorarnos y respetarnos tal y como somos. Muchas veces no dejamos de quejarnos y perdemos de vista que somos familia y por ello nos debemos amar. Eso no significa que no haya límites. Al contrario, el amor es también disciplina. Nuestros hijos van a crecer mal si no la hay.
 
Si queremos estabilidad mental, física y emocional para ellos, hay que aprender a amar a nuestra familia. Ese amor es incondicional, sin importar cómo sea, simplemente porque es mía. No estoy mirando a la familia del costado ni queriendo fingir algo que no se es.
 
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Una familia funcional se valora, vive en un ambiente que se ama, se respeta, se valora, conversa. Es un entorno que tiene las reglas de convivencia claras. No podemos vivir sin ellas, estas se comunican con anticipación y nuestros hijos tienen que saber que en la casa hay reglas y si no se cumplen, hay consecuencias. Ese televisor, ese celular, ese juguete no le pertenece. Es un privilegio que los padres podemos dar o quitar, porque tienen responsabilidades sin importar la edad. 
 
 
El mayor desafío de este tiempo es que el hombre y la mujer amen a su familia a tal punto que den su propia vida. ¿Qué quiere decir esto?  Modelo una vida que mis hijos van a ver y querer imitar. Por ejemplo, mi generación ha sido criada con padres que te hablaban, te decían, te exigían y te demandaban, pero no lo hacían. Yo escuchaba a mi mamá decir “no mientas”, pero a la vez decía, “dile que no estoy” o a mi papá, diciendo “no se toma”, pero él tomaba. Había mucha incoherencia, cosa que se puede trasladar a los hijos. Sin embargo, esta generación ya no la tolera.
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Ahora mis hijos me preguntan, “¿y por qué lo haces?”, y tienen toda la razón, por qué les voy a demandar algo que yo no hago. Están hartos de la doble moral, de la mentira, del engaño, de la incoherencia. La responsabilidad de nuestros hijos depende de nosotros, los padres. El colegio es un complemento, pero nosotros somos los que tenemos que tomar la iniciativa.
 
Ocurre que cuando el papá, la mamá o ambos están distraídos en pleitos, en búsqueda de placeres, etc., los niños están completamente descuidados. En esos momentos vienen el internet, el mundo, los amigos que toman su mente y su corazón. Después, cuando el papá quiere volver a su hijo, ya no lo reconoce. Esa criatura que fue un niño y ahora es un adolescente, te va a mirar a los ojos, te va a decir, “¿qué me dices, si tú nunca estuviste?”.
 
 
Amar a tu familia es luchar, pero es hacerlo con sabiduría. No vale con solo decirlo si tu mente está enfocada en otra cosa, si tu corazón está lejos del de tu hijo. Tienes que volver a tu casa, regresa y prioriza las cosas realmente.
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Hay mucha gente que está desconectada. Es que es bien difícil tener buenas prioridades, principios, valores, cuando estás peleado con tu Creador. Cuando un padre y una madre se pelean con Dios están peleados con su existencia, ya no prevalece tanto lo moral. Una de las cosas que necesitamos es renunciar a tanto muro que se ha levantado en nuestra mente en contra de lo moral, dlo correcto, de la integridad, porque el ser humano es hábil para manipular a su conveniencia, pero no necesariamente le va a hacer bien.
 
Debemos renunciar a lo que no es moral, porque el ser humano es hábil para manipular toda situación a su conveniencia, pero no necesariamente es lo que crees que te va a hacer bien. Según tu estado de ánimo manipulas según lo que te conviene porque somos hábiles para calcular nuestro “beneficio”, pero lo escribo entre comillas, porque ése no puede ser un beneficio.
 
Lo único que nos lleva al bien es una vida basada en la integridad. Es importante empezar desde cero. Ya tengo una familia, antes yo era niño, actuaba como tal y ahora que soy un adulto, tengo que madurar, asumir responsabilidades. Como no me han enseñado, recurro a mi Creador. Él nos capacita para poder amar a  nuestra familia.
 
 
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Podemos tener un amor inmaduro y transaccional, pero debemos pasar a mejorarlo, luego crecer, porque el amor es dar y a veces eso implica sacrificio. Tenemos que perfeccionar e ir madurando, dejar de pensar con inmadurez, como niños que se cansan, que se quejan, para brindar amor a esa familia que tenemos.
 
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Ana Sayán
Consejera Familiar Sistémica
 
 
 
 
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